No lo que ha de suplir al hombre en la sucesión de los seres es el problema que yo planteo aquí (— el hombre constituye un
final —): sino qué tipo de hombre es el que se ha de
criar, el que se ha de
querer, como el de valía más alta, más digno de vivir, más seguro de un futuro.
Ese tipo, de una valía más alta, ya ha existido con suficiente frecuencia: pero como un caso afortunado, como una excepción, nunca como algo
querido. Antes bien, fue
él precisamente lo más temido, él fue hasta ahora casi
lo temible; — y por temor se quiso, se crió,
se alcanzó el tipo inverso: el animal doméstico, el animal de rebaño, el animal enfermo hombre, — el cristiano.
En otro sentido, en los lugares más diversos de la tierra y desde las culturas más diversas,hay un logro continuo de casos individuales con los que efectivamente un tipo superior hace presentación de sí mismo: algo que, en relación con el conjunto de la humanidad, es una especie de suprahombre. Tales casos afortunados de gran logro siempre fueron posibles y tal vez serán posibles siempre. E incluso generaciones, estirpes y pueblos enteros pueden representar, en ciertas circunstancias, tal golpe de suerte. (AC-
3,
4.)
Lo que no me mata, me hace más fuerte.